En el ajedrez político paraguayo, es fácil distinguir a los jugadores que mueven sus piezas con una visión estratégica de aquellos que se limitan a reaccionar emocionalmente a cada jugada del adversario. La reciente ola de declaraciones de Ever Villalba en relación a la iniciativa de Paraguayo Cubas, nos muestra, lamentablemente, un ejemplo del segundo tipo.
Villalba, en su crítica a la reunión organizada por Paraguayo Cubas y otros referentes de la oposición en Caacupé, ha demostrado una vez más que su arsenal político parece estar únicamente cargado de munición para la crítica destructiva, sin ofrecer a cambio una propuesta concreta o una visión constructiva. Al acusar a Cubas de organizarla con intenciones puramente electorales y sin asumir responsabilidades pasadas, Villalba no solo subestima la inteligencia de la ciudadanía, sino que también revela una notable falta de liderazgo y de estrategia.
¿Acaso no es el propósito fundamental de la política, y más aún de la oposición, organizar y estructurar fuerzas con miras a futuros comicios? ¿No es acaso el liderazgo político aquel que logra sobreponerse a las derrotas pasadas para reconstruir y avanzar hacia futuros éxitos? En lugar de ofrecer un camino alternativo o una visión propia que rivalice o supere la de Cubas, Villalba parece contentarse con lanzar piedras desde la barrera del cinismo, sin ensuciarse las manos en el lodo de la construcción política.
La crítica de Villalba hacia Paraguayo Cubas por “querer lavarse la cara” es irónica, pues no parece percibir que su incapacidad para presentar propuestas sólidas y su tendencia a rechazar esfuerzos de unidad, son precisamente el tipo de políticas superficiales que los ciudadanos desprecian cada vez más. Este tipo de actitudes no hacen más que perpetuar el estancamiento y la división, elementos que han plagado históricamente a la política paraguaya, impidiendo el progreso y el desarrollo.
Es hora de que “políticos” como Villalba comprendan que la crítica, aunque necesaria, debe ser constructiva y estar acompañada de propuestas reales y efectivas. De lo contrario, se convierten simplemente en voces que, aunque altas y claras, no hacen eco en el avance real del país. El liderazgo efectivo exige más que palabras; requiere acción, visión y, sobre todo, una disposición a colaborar incluso con aquellos de perspectivas distintas.
El futuro político de Paraguay necesita más que juegos de palabras y enfrentamientos estériles. Requiere líderes capaces de construir puentes y no solo de quemarlos en aras de la retórica barata. Por el bien de su partido y del país, uno esperaría que Villalba eventualmente reconozca esto. Si no, es probable que se le recuerde no por las soluciones que propuso, sino por las oportunidades de progreso que dejó pasar.